He puesto "se entra a trabajar a las ocho" por ser una hora muy común de entrada a trabajar en horarios de oficinas pero quien dice las ocho, puede decir ocho y media, nueve o incluso seis de la mañana (o dos de la tarde, o diez de la noche).
Si se entra a trabajar a esa hora.... un detalle que siempre he apreciado: imprescindible puntualidad. No valen excusas.
Cuando me "iniciaba" en los mundos de las factorías, hablaba de esos detalles con otra persona que trabajaba en la construcción.
Su comentario era que a alguno de sus jefes de obra los peones le volvían loco. Que, literalmente iban y se largaban a la hora que les daba la gana. Que a veces los tenías antes de las ocho, otras veces no llegaban hasta las diez porque habían tenido que hacer un recado y ya se quedarían luego a recuperar el tiempo. Que le importaban dos cosas. La primera, saber cuánta gente disponía en cada momento pues.... si solo tenía a dos personas les ponía a hacer cosas sueltas mientras que dejaba las tareas en las que requería contar con cinco o seis personas al mismo tiempo para coordinarse y trabajar juntos.
Y lo otro que le preocupaba, que al final de la semana, el parte de horas fuese de 40 entre unos días y otros.
Yo alucinaba.
Alucinaba porque estaba acostumbrado a ver entrar gente a las horas en punto, ni un minuto tarde, a trabajar ocho horas seguidas parando lo justito para almorzar. Nada de cosas copiosas o pausas prolongadas y productividad. Deseaban hacer lo encomendado y largarse lo antes posible con la sensación de un día con el trabajo cumplido.
Lógicamente todo sistema tiene su flexibilidad y, por supuesto, casos en los que corresponden permisos retribuidos, enfermedades o lo que sea y hay que amoldarse.
Y de la misma manera, todos los empleados tienen su vida personal con los imprevistos que puedan surgir y la necesidad de tener que pedir permiso para ausentarse por algún motivo concreto.
Pero la norma que imperaba era que todo el mundo a su hora y, quien no iba a estar, lo avisaba con la suficiente antelación...... y si alguien tenía un trámite de 9 a 9:30 en algún sitio, entraba a trabajar a las seis, se quedaba hasta las ocho y media trabajando y volvía a las diez. Que va buena parte de la jornada.
Acababa la jornada y, lo que es evidente es que, si hay una sola herramienta, solo puede estar una persona. Si acudía el compañero siguiente, el anterior se iba a su casa. Que para algo ya había madrugado, o comido pronto y "echado la tarde" o trasnochado o.....
El motivo de tanta puntualidad era evidente. Según procesos de fabricación, la ausencia de personal puede paralizar, no una sección entera sino una fábrica entera.
En el caso más "laxo" de que una persona esté encargada de hacer premontajes de piezas y haya stock intermedio, habrá mucha gente que dependa de la existencia de esos premontajes para poder seguir trabajando. Su ausencia o retraso merma el stock intermedio y, si es ajustado (recordemos que el exceso de inventario es uno de los motivos de despilfarro), puede paralizar al resto de compañeros.
Si se trabaja en un proceso en línea donde una persona coge varias piezas, las posiciona y coloca en un punto, otro las mete en una máquina y opera con ellas, otro.... y finalmente se embala, la ausencia de uno de ellos puede parar al resto..... y sale bastante, bastante caro tener a la plantilla parada por falta de una persona (o tenerla que reordenar con una pérdida de productividad considerable).
Por ello si se entraba a tal hora, a esa hora estaban todos en sus puestos. Se acostumbraba a llegar con un poquito de antelación. Había quien se llevaba la prensa, algo de fruta para comer o tomaban un café mientras el turno anterior acababa y, llegada la hora, se aseguraban que se hacía el relevo con perfección.
En el caso de oficinas, el hecho de estar tan próximo a un sistema que se trabajaba así hacía que se tuviera esa mentalidad.
Si se empezaba a las ocho, a las ocho menos cinco todos los ordenadores estaban encendidos, la gente abría programas ERP u otros internos, leía correos, etc.... y era muy extraño que alguien entrase a las ocho y un minuto.
Quizá el trabajo permitiese ser más flexible en horarios. Quizá permitiese ausentarse algún día con más facilidad y otro día prolongar la jornada pero por norma general, a las ocho y sin pestañear.
Había quién decía que era cuestión de imagen, de productividad, e incluso de respeto a los compañeros que sí entraban a esa hora.
Y..... como decía una conocida empresa de paquetería "las ocho son las ocho". No se admitían excusas de tráfico, atascos, aparcar, lluvia, etc...
Se estaba a las ocho. Si el tráfico era variable, a madrugar más u optar por usar transporte público.
Sabía de gente que residía lejos y se ponían de acuerdo entre cuatro para ir en coche hasta el primer sitio donde podían coger el transporte público y ahorrar costes.
Lo que quisieras..... pero tener lo-que-sea que hacer y hacerlo tarde, había que justificarlo.... y la meteorología, tráfico o demás no eran excusas. Si acaso, salir antes de casa.
Era una mentalidad donde..... a la hora convenida se empieza. A partir de ahí, productividad máxima.
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